Somos, por defecto, una sociedad de consumo acostumbrada a disponer de una gran variedad de productos que satisfacen las necesidades individuales. La compra de alimentos o ropa, por ejemplo, ya no depende únicamente de la supervivencia. La elección y la preferencia juegan su papel y, en un intento de mantener sus productos lo más atractivos posible, las empresas se esfuerzan por mejorar continuamente. A medida que han ido surgiendo nuevas necesidades, se han creado nuevos mercados que han dado lugar a un mayor consumo de productos. Pero existe la otra cara de la moneda.